dimecres, de juliol 12, 2006

LA MEMORIA ARROJADIZA


• Una cosa es la verdad histórica y otra muy distinta la recuperación de la memoria histórica.

Me cuenta un amigo que, hace unos días, asistió a la cena ofrecida por un conocido personaje de la vida española en honor de un viejo político republicano --hoy ya en el dique seco-- que, pese a su juventud, alcanzó un alto nivel de influencia durante la guerra civil y consolidó luego en el exilio --durante años-- una posición dominante en su partido. En un momento de la cena, el protagonista --que asistía con su mujer-- dijo, con claridad y dureza, esta frase tremenda: "Besteiro era un traidor, y Casado, un fascista".Con estas palabras, el anciano dirigente utilizó su particular memoria histórica para pasar cuentas con los protagonistas de unos hechos que precipitaron el final de la guerra civil. En efecto, a comienzos de 1939, el coronel Casado --jefe del Ejército del Centro-- inició una serie de contactos con la aspiración de que regresara el presidente de la República, Manuel Azaña, destituyera a Negrín (en plena sintonía con los comunistas) y constituyera un gobierno que iniciara negociaciones de paz con el general Franco, con el objetivo de precipitar el final de una resistencia ya estéril. Pronto se aseguró la colaboración de los dirigentes socialistas Julián Besteiro --catedrático de Lógica, expresidente de las Cortes, expresidente del PSOE y exsecretario general de la UGT-- y Wenceslao Carrillo --que aportó la fracción caballerista del socialismo--, y, sobre todo, la adhesión de la poderosa CNT. Las idas y venidas de Casado no pasaron desapercibidas a Negrín, quien acometió una reorganización militar que aquél interpretó como un primer paso de la plena entrega del Ejército republicano a los comunistas.

ASÍ LAS COSAS, el día 5 de marzo de 1939, Besteiro, Casado y Cipriano Mera (anarquista al mando del IV Cuerpo de Ejército) se dirigieron al país para dar a conocer la constitución del Consejo Nacional de Defensa. A partir de ahí, estalló la lucha entre ambos bandos, hasta que --el 12 de marzo-- el coronel Álvarez habló a los madrileños desde los micrófonos de Radio Madrid, para anunciarles que la autoridad del Consejo General de Defensa era acatada. Poco después, los acontecimientos se precipitaron: Franco se negó a considerar siquiera la propuesta de Casado, consistente en pactar una rendición escalonada, que permitiese la evacuación de cuantos optasen por exiliarse. El día 27 se inició la ofensiva final y, el 28, el coronel Prada rendía el Ejército del Centro en la Ciudad Universitaria. El último comunicado del consejo decía así: "Este Consejo, que ha puesto de su parte todo lo humanamente posible en beneficio de la paz, con la asistencia incondicional del pueblo, reitera a ese Gobierno que (...) espera que, para evitar daños irreparables (...), permita la evacuación de las personas responsabilizadas". El general Franco no accedió a ello. El coronel Casado prefirió escapar; el profesor Besteiro optó por quedarse. Comenzaba su calvario. Julián Besteiro, al igual que Fernando de los Ríos e Indalecio Prieto, pertenecía a la tradición europea del reformismo obrero, marginada --en la España de los años 30-- por el lenguaje simplista de Largo Caballero. Formado en la Institución Libre de Enseñanza, Pablo Iglesias lo había elegido para sucederle, pero su destino se truncó por las luchas internas en el PSOE. Sus críticos lo califican de intelectual sin obra y de político sin suerte. Pero quedará para siempre su recuerdo en el sótano del Ministerio de Hacienda, durante los últimos días de la guerra, cuando yacía enfermo en un camastro, de donde solo salía para sus postreros mensajes radiofónicos. Después de la guerra, el cautiverio. Un tribunal militar lo condenó a reclusión perpetua. Tras un viaje terrible dio con sus huesos en el penal de Carmona, donde por fin pudo ver a su mujer. Su estado de salud se agravó pronto. Y allí se consumió su vida, pero allí mismo comenzó a cristalizar también su imagen de honradez y dignidad. Una imagen inseparablemente unida a la vieja fotografía en la que se le ve angustiado y macilento, ante un micrófono, invocando una paz que no llegó. ¿Traidor Besteiro? Besteiro fue un hombre de principios, que entendía la política como una actividad en la que las ideologías tienen un valor determinante, y que --cuando vinieron mal dadas-- permaneció al lado del pueblo de Madrid que tantas veces le había votado. Fue fiel hasta el extremo, es decir, hasta la muerte.

ESTE ES un ejemplo claro de que una cosa es el establecimiento de la verdad histórica, que exige una rigurosa e imparcial fijación previa de los hechos, sólo posible ante los tribunales de justicia y en el libre debate científico, y otra cosa muy distinta es la recuperación de la memoria histórica, que implica una deliberada acción para imponer una visión concreta de determinados acontecimientos al servicio de un interés puntual, quizá respetable pero en todo caso singular. Por esta razón, la verdad histórica existe y se desenvuelve en el ámbito del conocimiento, mientras que la memoria histórica recibe su impulso de una voluntad deliberada y anterior. Ahí radica la causa de que puedan llegar a existir tantas memorias históricas como voluntades capaces de imponerlas. No es de extrañar, por tanto, que ciertas memorias sean memorias arrojadizas.

JUAN-JOSÉ López BurniolNotario.